domingo, 3 de febrero de 2019

#poemasdeamor


Y ninguna canción desesperada

y ninguna canción desesperada,
si acaso algo de soledad y algún intento de abandono,
todo dentro del desarme habitual y la costumbre,
nada nuevo bajo una sombra,
asumo la cuadrícula, el amor y la coordenada,
la hora de partir, según creo, aún no ha llegado.

viernes, 10 de febrero de 2012

Entrada nº 2



Te esperaré, lo tengo decidido. No sé durante cuánto tiempo, unas horas, toda la vida o unas horas que pudieran ser el resumen de una vida entera. Aún no lo sé.



Sólo tengo la certeza inviolable de que he decidido esperarte.



Creo que he tomado esa decisión nada más has cerrado la puerta sin decirme adiós. O a lo mejor ha sido al asomarme a la ventana para ver cómo cruzabas la calle, te dirigías al coche, lo abrías, encendías el motor, bajabas el cristal de la ventanilla y te marchabas sin volver los ojos aunque sabías, estoy segura de que lo sabías, que yo te estaba mirando.



No sé. Quizá me di la vuelta y al echarte de menos supe que te iba a esperar durante un tiempo indeterminado o indefinido, como prefieras llamarlo. El baño y la cocina aún guardaban huellas de tu paso reciente por ellos y yo olía a ti, a tu cuerpo desnudo sobre el mío y sus ojos cerrados, imaginándote y sabiéndote.



Sé que no volverás y, sin embargo, te esperaré. Tengo otras cosas que hacer, no creas, pero esperarte será una de ellas. ¿Una más? A veces sí, sólo una más. Otras veces no. ¿Cuánto hace que te has ido? ¿Unos minutos o unos siglos? No caí en la cuenta de parar el reloj y el tiempo ha seguido su curso hasta que ha logrado que yo pierda la noción o su significado. Da igual lo del tiempo, lo de su paso ajeno y continuo, sólo es un detalle que no me ha de importar.



Desde que te fuiste, he conocido a otros hombres. ¿Y tú? ¿Has conocido a otras mujeres? Sí, claro que sí. La pregunta es de ese tipo de interrogantes que hacemos para rellenar el espacio que nos circunda cuando lo sentimos como una amenaza, cuando nos queda algo vacío y los recuerdos se desordenan. O no encuentran dónde descansar, dónde ocultarse. Tú has conocido a otras mujeres, yo a otros hombres y ambos hemos hecho el amor con quienes no somos ninguno de los dos, hemos disfrutado al irrumpir la madrugada con su carga de deseo y sueños cálidos, entre copas que mediaban y gestos indudables, sobre un olor que no era el tuyo ni el mío, sino uno nuevo o talvez alguno recuperado.



Dudo si soy yo quien te esperará o lo serán sólo mis manos. La duda, como todas las que merecen ese nombre, tiene un origen: ignoro si contigo soy mis manos y nada más, las manos que te tocaban porque querían hacerlo, porque les gustaba hacerlo, o si, por el contrario, mis manos son lo que suelen ser las manos: una ramificación. En todo caso, procuro que no queden lejos del pomo de la misma puerta que un día cerraste sin decirme adiós.



No te confundas. Mi vida no es soportable. No necesito soportarla porque no me pesa. Vivo como quiero hacerlo y siempre soy yo la que decide. He conocido a varios hombres que, cuando cayeron en la cuenta de ello, decidieron retirarme la palabra. Allá ellos. Soy lo que tengo y creo que lo único que quiero tener. Siempre pensé que tú te diste cuenta de eso desde el primer momento. ¿Y sabes? Me gustaba que me aceptaras así, que nunca me pidieras explicaciones y que siempre procuraras (aunque no siempre lo consiguieras) no hacer preguntas.



Te esperaré. Es una decisión y tampoco tiene la mayor importancia que así sea: te esperaré hasta que deje de hacerlo. Así de sencillo. Ya sabemos que la vida se las apaña muy bien para complicarse solita, no es necesario nuestro impulso de principiantes torpes o desesperados.



Te esperaré lo que dure una canción, una vida paralela a la que todos verán: mi vida que sin la tuya a mi lado continuará feliz y sin fisuras. Hasta que vuelvas y sólo puedas encontrar dos escenas distintas en el mismo escenario: una mujer que ya no está porque dejó de esperar o bien otra, quizá la misma, a la que delatará el temblor de sus manos.


















domingo, 15 de enero de 2012

Entrada nº 1



A veces sorprendo al día en uno de sus momentos más íntimos, cuando acontece el anochecer y se desvisten las horas, se funden los colores para formar el esbozo de lo que luego será un sueño y sobre el caudal de la mirada cae un aguacero arracimado de olvidos o recuerdos. No es un momento elegido sin más, sino buscado con alevosía tras permanecer al acecho durante horas que robo de cualquier lugar, ojos hacia la nada que me circunda y manos siempre abiertas por si hubiera que actuar. Tampoco es un momento traidor porque nunca le oculté al día mis intenciones: sólo recorro la superficie insípida de su piel para llegar a la de la noche, a esa otra piel que coquetea ocultando con suavidad su textura nocturna y maniquea, indecisa y sin calma.

No lo puedo evitar: la indecisión me atrae más que la seguridad y la revolución más que la tranquilidad. La noche es indecisa hasta que logra imponerse y surge como una aleación la madrugada, esas horas de reproches sin misericordia o sexo sin cordura, cuando en el fondo difuso de una copa que siempre contiene alcohol me reencuentro con quien dejé de ser y lo saludo sin nostalgia ni rencor.

O me rindo ante la evidencia: ingiero azogue destilado que me devuelve una imagen que tuvo algo de real y luego pido otra copa de lo que sea que pueda borrarla.

Pienso que no me importa dejar de ser, sin embargo sé que sólo es una estrategia pueril, un ir tirando entre engaños.

Allí, en medio de la madrugada, esa desembocadura en delta de la noche, la verdad es como lava tras la erupción, se extiende lenta y quemante, nos envuelve como un hechizo y sólo cabe el recurso a la heroicidad.

Cuando la verdad no tiene faltas de ortografía copio burdamente la sonrisa de Bogart y salgo a la calle en busca de esquinas sin acordonar o luces que oculten a medias el cuerpo desnudo de una mujer que espera.

Prendo jazmines en mi ojal y deposito mi confianza en que estén inermes las manos inasibles del azar.